domingo, 18 de abril de 2010

Jaume "el Barbut"

(1783-1824) El bandolero alicantino

Jaime José Cayerano, quien más tarde sería conocido como “Jaime el Barbudo”, nació el 26 de octubre de 1783 en la alicantina localidad de Crevillente. Ese mismo día sus padres, Jaime Alfonso y María Antonia, deciden bautizarlo en la parroquia de Nuestra Señora de Belén.

Sus progenitores, trabajadores campesinos, se preocuparon de que Jaime tuviera una educación que simultaneaba con su quehacer como zagal de ovejas. Al término de cada jornada dedicaba unas horas a estudiar bajo la dirección de un clérigo de Crevillente cuyo nombre se desconoce. Al llegar a la mocedad es contratado como guarda para custodiar unas viñas en la vecina localidad de Catral.

Pero un día la fortuna (mala en este caso) quiso que Jaime sorprendiera en la viña de su cuidado a un merodeador. Al recriminarle su presencia se desató una discusión en la que el intruso esgrimió una navaja contra Jaime. En la pelea resultó muerto el agresor. El hombre se traslada a Crevillente, donde informa a su familia de lo ocurrido. Todos, aún reconociendo que había procedido en su legítima defensa, le proponen que se marche del lugar lo más pronto posible, ya que la justicia en el reinado de Carlos IV no infundía muchas garantías. Mientras tanto el dueño de la viña (y alcalde de Catral,) descubría el cadáver. Al comprobar la ausencia del guarda sospechó de él y lo denunció ante las autoridades como presunto autor del homicidio. Inmediatamente se puso en movimiento con un contingente de Fuerza Armada hacia Crevillente, con el propósito de detener a Jaime.

Avisado por amigos huye, pero en un paraje se enfrenta a sus perseguidores utilizando el trabuco que tenía para defender la viña, y del que iba provisto. Los mantiene a raya aunque resulta herido. Finalmente logra huir del lugar gracias a la intervención de una partida de bandoleros capitaneados por los “Hermanos Mújica”, que habían presenciado el enfrentamiento. Los bandidos le dan cobijo y cuidados hasta su total restablecimiento. Y como aquél no se afeitó en todo este tiempo su rostro se cubrió de una tupida barba, por lo que todos comenzaron a referirse a él como “el barbudo”.

Una noche se presenta en el domicilio de su antiguo patrono para explicarle todo cuanto había sucedido. Le rogó que interviniera cara a las autoridades para que se comprobara que actuó en legítima defensa. La respuesta del alcalde fue: “te he contratado para que vigilaras mi viña, no para matar a quien allí entrara”. Ante estas palabras Jaime sacó la navaja que portaba y le ordenó que le entregará el dinero y las joyas que hubiera en la casa. Cuando tenía el botín en su poder le dijo: “por haber procedido así salva usted la vida, pero como recuerdo del desamparo en que me coloca ante la sociedad le voy a señalar". Acto seguido, y de un fugaz movimiento, le realizó un corte con la navaja en la mejilla izquierda.

Jaime volvió a Crevillente y entregó todo el dinero a su esposa. Las joyas, por el contrario, las dio a los “Hermanos Mújica” en prueba de gratitud. Tras ello quedó incorporado a la partida.

Pero los “Hermanos Mújica” eran hombres excesivamente crueles en sus fechorías, que no en pocas ocasiones fueron censuradas por “el Barbudo” negándose a participar en ellas. En una de estas discusiones Jaime se enfrenta a los Mújica y la mayoría de los hombres se ponen de su lado, originando un enfrentamiento en el que resultan muertos dos de los hermanos y el tercero huye. Jaime es proclamado capitán por sus compañeros.

Por aquella época reina en España José Bonaparte (“Pepe Botella”) mientras que Fernando, en Francia, halaga servilmente la ocupación de nuestras tierras por Napoleón. Y “el Barbudo” no estuvo de brazos cruzados. Un día se comprometió con los guerrilleros de Orihuela a entregarles un destacamento francés que se dirigía a la ciudad. Solo y vestido de huertano salió a su encuentro y con engaños consiguió llevarlos a un ventorro próximo. Una vez allí invitó a los soldados a beber vino previamente narcotizado. Tan pronto como la droga hizo efecto los desarmó y amarró, no sin antes robarles cuanto llevaban encima.

A partir de entonces interviene en innumerables guerrillas, especialmente en los términos de Calasparra y Hellín, y causa grandes bajas al ejército francés. El 9 de enero de 1812 la ciudad de Valencia, mal defendida por el general Joaquín Blake, capitula y se rinde al general francés Suchet. Para consolidar su posesión el Mando galo envía refuerzos a la metrópoli. La columna remitida disponía de carros muy grandes y pesados que, más lentos, se iban quedando rezagados al final. Al llegar al río Vinalopó se reunieron todos para elegir el lugar de vadeo más apropiado. Éste fue el momento aguardado por «el Barbudo» que, en unión de su gente, cayó sobre ellos. Tras asesinar a los conductores, y a los pocos soldados que les escoltaban, se apoderaron de los vehículos y carga­mento. Sin suministros ni municiones, la presencia de las tropas en Valencia fue más bien estéril.

La lucha guerrillera continúa y “el Barbudo” sigue acaparando triunfos hasta que, hallándose ya aquellas tierras libres de franceses, disuelve su partida y retorna a Crevillente. Era el 28 de julio de 1813. A su llegada al pueblo el alcalde le comunica que el general Francisco Javier Elio ha ordenado el sobreseimiento del caso de la muerte de la viña, como recompensa a los valiosísimos servicios prestados en defensa de la Patria. En unión de su esposa e hija inicia una nueva vida. Lo primero que hace es afeitarse la barba.

Pero la placidez de una vida tranquila no le seduce. Sin poder reprimir por más tiempo sus impulsos, en 1815 reorganiza a su gente. Su nueva partida queda constituida por lo más “se1ecto” de la anterior. Como teniente figura “el Pascualet” y los bandoleros: “el Tablones”, el “Caga Doblones”, el “Brosso”, el “Estudiante”, el “Mico”, el “Moya”, el “Perlito”, el “Jumillano” y el “Pollo”. Comienza su actividad asaltando a mercaderes que concurren a la Feria de Orihuela. Se decreta su persecución y se ofrece la seductora recompensa de tres mil duros por entregar a Jaime vivo o muerto. A pesar de la merma que supuso la importante suma de dinero ofrecida por él, el Barbudo se mantiene al frente de los suyos unos años más.

Un día recibió una citación un tanto misteriosa de sus amigos los absolutistas. En la misma se le convoca a una reunión de carácter privado que ten­dría lugar en el Ayuntamiento de Murcia. Confiado, acudió con puntualidad a una previsible trampa en la que fue de inmediato apresado.

Fue juzgado y condenado a morir en la horca. El patíbulo se levantó en la plaza de Santo Domingo. Era el 20 de junio de 1824 y el cadáver de “el Barbudo”, en cumplimiento de la sentencia, fue descuartizado en cinco partes (cabeza, brazos y piernas), enterrándose el tronco. Los pedazos, una vez fritos en aceite, quedaron expuestos a la contemplación de las gentes en distintos lugares de la región para “escarmiento público”.

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